Tuesday, April 17, 2012

LA VOZ CÓSMICA DE KARINA RIEKE: MEMORIA DE UN ALIENTO TRASCENDENTE


La Voz Cosmica 
Por Bruno Rosario Candelier

A Rosemary Pérez Prandy,
Que disfruta las portentosas señales del Misterio.

El poema teje en mis ojos su mirada
travesía óptica que retoma forma memoria
en su transfigurada obsesión al poseerme”.
(Karina Rieke, “Poema en fuga”)

   Las musas tienen su peculiar manera de elegir a quienes fungen como intermediarias entre los efluvios sobrenaturales y los seres humanos para canalizar voces y señales de la memoria cósmica. También en literatura se aplica la sentencia bíblica de que muchos son los llamados y pocos los escogidos. A pesar de que potencialmente todos estamos dotados del don de la creación en alguna vertiente de las artes y las ciencias, unos pocos plasman el poder de la creatividad.
   Con Karina Rieke cobra aliento y esplendor la creación poética de la mujer en la diáspora dominicana establecida en New York. Cultora y promotora de arte, la pintora y poeta dominicana (Santo Domingo, 1971) integra el Grupo de Metapoesía que dirige el psicoanalista, poeta y orientador cultural Jorge Piña en la gran urbe americana.
   En el poemario Semejanza de lo Eterno (Santo Domingo, Editora Búho, 2003), Karina Rieke asume la voz que la apela desde lo profundo y esa apelación es determinante por la fuerza que la sostiene. Ella ha sido elegida por una voz honda, secreta y misteriosa que su lírica expresa, a la que suma el mundo interior de sus vivencias con aliento estético, erótico y simbólico.
   Quien sabe escuchar, puede reproducir la sustancia sonora del mensaje. Desde luego, hay que tener desarrollada la sensibilidad trascendente para captar la voz profunda de las cosas. La que escucha Karina Rieke no es la común y corriente, sino la voz del arcano, la voz universal de la memoria cósmica. Hay seres escogidos para canalizar la voz profunda del misterio o del más allá. La poeta escucha esa voz secreta y misteriosa que conforma la sustancia de su poesía.
   “Intuir” e “inteligir” vienen del latín intus legere, que significa ´leer dentro´. Así como podemos ´leer dentro de las cosas´, esto es, entender lo que la realidad sugiere, también podemos ´escuchar´ lo que la realidad susurra a través de sus efluvios trascendentes. Hay dos maneras de escuchar. La primera, la que pone el oído físico a oír voces (“oigo voces”, dicen los que atinan a captar las señales audibles); la segunda, la que pone el oído interior a escuchar los mensajes de la revelación, que usa al poeta como amanuense de verdades profundas o verdades reveladas. Parece que Karina Rieke sabe escuchar el latido de ambas voces desde el hondón de su sensibilidad.
   La poeta dominicana siente que otra voz, diferente de la suya, la apela desde otra ladera. Ella se percibe impregnada del aliento superior cuyo reclamo la domina. La persona lírica que la habita se dispone a “pensar su lengua” y ya dijo Platón que los poetas oyen una voz diferente de la propia, una voz que les reclama, que es la voz proveniente de lo Eterno.
   En Semejanza de lo Eterno, Karina Rieke afirma su existencia mediante la voz que canaliza a través de la palabra. Esa apelación que la nombra se vale de su poesía en cuya expresión fluye un eco del arcano. No es casual que Karina Rieke escuche una voz, ni es fortuito el hecho de que experimente la necesidad de canalizarla en su creación poética.
   Fredo Arias de la Canal, que intuyó la existencia del Protoidioma en los poetas, asegura que se trata de un lenguaje sin equívocos, prejuicios o falsedades. En su libro De la Filosofía al Protoidioma escribió: 

   El psicoanálisis ha demostrado a través del descubrimiento de los arquetipos orales que conforman el Protoidioma de la humanidad, que la conciencia inconsciente en realidad es una conciencia inconsciente colectiva, haciendo también de la observación individual una observación colectiva, sin la cual no se puede comprehender la influencia que ejercen las conciencias sobre la materia en la teoría de la mecánica quántica (1).

   El reputado crítico y teórico mexicano, en su obra Antología de la poesía cósmica chilena, reproduce un planteamiento de José Ortega y Gasset, tomado de La deshumanización del arte: “El yo de cada poeta es un nuevo diccionario, un nuevo idioma al través del cual llegan a nosotros objetos, como el ciprés-llama, de quien no teníamos noticia. En el mundo real podemos tener las cosas antes que las palabras en que nos son aludidas, podemos verlas o tocarlas antes de saber sus nombres. En el orbe estético es el estilo, a la vez, palabra y mano y pupila: solo en él y por él venimos a noticia de ciertas nuevas criaturas. Lo que un estilo dice no lo puede decir otro. Y hay estilos que son de léxico muy rico y pueden arrancar de la cantera misteriosa innumerables secretos. Y hay estilos que solo poseen tres o cuatro vocablos, pero merced a ellos llega a nosotros un rincón de belleza que, de otra suerte, quedaría nonato. Cada poeta verdadero, cuantioso o exiguo, es, por tal razón, insustituible. Un científico es superado por otro que le sigue: un poeta es siempre literalmente insuperable” (2).
   Para el desarrollo de su teoría del Protoidioma, el psicoanalista literario acude a Carl Jung cuando señala el lenguaje de los procesos inconscientes que se ubican en las raíces de las imágenes primordiales: 

   El impacto de un arquetipo, ya sea que tome la forma de una experiencia inmediata o sea expresado a través de la palabra hablada, nos sobrecoge porque hace surgir una voz que es más fuerte que la propia. Quien quiera que hable con imágenes primordiales habla con mil voces; encanta y subyuga mientras al mismo tiempo eleva la idea que busca para expresarse de lo ocasional y transitorio hacia el reino de lo eterno. Además transforma nuestro destino personal en el destino de la humanidad (3).

   Fredo Arias subraya el fondo de su intuición estética cuando consigna:

   Ahora, si bien es cierto que Jung descubrió el paralelismo entre las manifestaciones mórbidas del inconsciente esquizofrénico con las del folklor, mitología y religión, el que esto escribe descubrió el significado oral-traumático de las manifestaciones esquizoides de los poetas, con las cuales se puede descifrar el significado del lenguaje inconsciente o del Protoidioma de la humanidad, por lo cual se hace inteligible por primera vez en la historia el significado del folklor, mitología y religión, así como también de la conducta criminal y de los fenómenos oníricos y desde luego estéticos (4).

   Una voz “más fuerte que la propia” seduce y cautiva a Karina Rieke. El poema que da inicio a Semejanza de lo Eterno revela que su autora canaliza en su obra una antigua memoria procedente de una voz cósmica, la voz de una lengua genuina y prístina, la del Protoidioma, “conciencia repleta de innombrables palabras” que la hace un “ser de migajas”:

Soy ese ser de migajas
que reverdece
camino indecible a lo infinito
Canto de memorias muertas
 es mi voz
Boca de entorpecida palidez
paladar que revela lo falso de esta lengua
Cuerpo lacerado solo por mis manos
sumo de monturas haciéndose y rehaciéndose
en tradiciones simuladas
Siluetas almacenadas de un cadáver silenciado
por la espera
Existencia desplazada por la tarde
Mujer extraída del viento
concepción absurda de la noche
que bebe las horas de su angustiante entrega
Diosa nombrada en venganza
resguarda ante la búsqueda vertiginosa
de la insostenible historia que persigue
Hembra de avenidas estrechas
por donde deambula la vida
enflaquecida navaja de suicida
que insiste en morir todas sus muertes
Mujer gnosis de los magos
conciencia repleta
de innombrables palabras
ideas impasibles de un lánguido discurrir
exhalando páginas monótonas sin latidos
sencillamente escasas de verdades
(Semejanza de lo eterno, pp. 17-18)

   Hay hechos y fenómenos que concitan el don de la escucha, una de las artes del lenguaje. Hay susurros que despiertan la escucha y el alma se anonada. Quien sabe escuchar, sabe valorar al hablante, el silencio y la palabra. Acontece que, a veces, mientras escuchamos, hallamos lo que buscamos.
   El ser que aguarda, también oye y escucha. Podemos oír: 1. La voz del yo profundo. 2. La voz del hablante con su sentido profundo. 3. La voz del ser en su dimensión esencial. 4. La voz profunda de la revelación trascendente.
   En la contemplación y el silencio, habla la voz del ser y la voz de lo Alto. Quien sabe auscultarse a sí mismo, oye trinos de hermosura indecible. Y escucha voces con verdades que el interior conserva. Toda la sabiduría subyace en nosotros como una huella genética y numénica de la memoria cósmica y el inconsciente colectivo.
   En “Diálogo reflexivo del silencio”, Karina Rieke experimenta el eco del silencio que habla, por el cual percibe “voces inquietas”: 

Ángeles rebeldes azotan
 mi muerte ya ofrecida
Un silencio entredicho
quebranta el equilibrio
inusitado de mi vida
Reitero mi soledad
invirtiendo los valores
pronunciando mi ser irreflexivo
Voces inquietas
siguen resonando en mí
Zozobras de tiempo
suavemente en mi espacio se arrinconan
Risas inciertas que me anuncian
la misteriosa angustia de estar viva
(Semejanza de lo eterno, pp. 19-20)

   La inspiración es el soplo insonoro de un aliento divino que el lenguaje amamanta en sus vocablos. Si el poeta no se adentra en el silencio, no puede captar la señal que lo redime. Karina así lo siente en “Espacios de tiempo”: 

Tu pregunta es
enjambre de dioses sin cuerpo
arrastrados entre sí
Integridad dilapidada
espacios del tiempo divagante
Mi respuesta es sí porque soy
insistencia del viento
disipación de ramajes verbosos
respiración del poema
Crepitación  memoria
 de seres que se aman
(Semejanza de lo eterno, p. 22)

   Desde luego, aunque Karina escuche una voz, tiene aún que afinar el oído interior para percibir el mensaje profundo que esa voz interior entraña y poder experimentar la transformación que la experiencia de lo trascendente conlleva. No basta que sea herida por la forma. Ha de llegar al fondo. La verdadera palabra es la que atrapa el sentido del silencio, la voz silente del Cosmos, la onda insonora de lo viviente. En “Más allá”, Karina sabe que el silencio corteja un caudal de voces extrañas a la espera del nombre exacto de las cosas:

Más allá me siento
 entre falsos razonamientos
Voluntad amarrada
Fatalismo propio de los débiles
Cuerpo
intenso dominio de
lo que se adivina
cuando lo vivido sea silenciado
Libertad el motivo
habitándome
Voces anfibias renacen
entre mis ecos
Desprendida lengua de vidrio molido
me nombran
Juicios sintéticos paren mi futuro
Y aún zonas distraídas
beben las descargas de mis ruinas
(Semejanza de lo eterno, pp. 23-24)

   Dije que esas voces aguardan “el nombre exacto de las cosas”, que fue el mandato que recibió Adán al habitar el Paraíso. Expulsado del Jardín del Edén, el hombre tuvo que inventar metáforas para nombrar las cosas ya que había empañado, con la pérdida de la mirada prístina, la memoria de lo que fragua el sentido primordial de lo existente. Entonces los poetas inventaron el lenguaje de la poesía para instaurar, en el seno de la realidad estética, la voz y la forma que recrea el sentido primordial de lo viviente.
   El genuino poeta no es el que usa un lenguaje original, ya que la poesía comporta su propio lenguaje. Poeta es aquel que emplea el lenguaje originario de las imágenes arquetípicas. Con el Protoidioma descubre lo que es irrepetible en el poema. Por eso el lenguaje poético transparenta la voz del arcano, que se repite en cada auténtico poeta. Las palabras primordiales eligen al poeta como amanuense del Espíritu o interlocutor del más allá. Y en su poema fluye la voz de la memoria universal. Más que aliento, el poema es forma que informa el contenido indecible de la voz que habla por su verbo. En “Tiempo en espera”, Rieke experimenta contorsiones por la apelación de voces que reclaman su atención como intermediaria del más allá:

Palabras extrañas
calman esta espera
Dolorosos movimientos
irrumpen mi cuerpo
Y me pierdo
 ante una sucesión obligada por definir
Oscuridad abstracta
reposan sobre estas páginas
Sombras geográficas
se atenúan retornándome
Y aun mis palabras
se pierden ante un reflejo
casi incomprensible de voces
 que me nombran sin decir nada
 en este tiempo en espera
(Semejanza de lo eterno, pp. 25-26)

   Hay que imaginar el impacto que sacudió la sensibilidad de Karina Rieke cuando sintió la necesidad de escribir “Subsuelo de mi aliento”. En efecto, un aliento trascendente parece haber convocado su ser entero, en cuerpo y alma, hasta estremecerla en sus cimientos. Se trata de una onda preñada de dolor, de angustia, de misterio. De alguna manera también refleja las manifestaciones metafísicas del alma humana, del alma de los artistas y poetas, del alma de iluminados y contemplativos. Entre esas manifestaciones sobresalen junto al amor y el dolor, fruiciones, reflexiones, dudas, angustias, nostalgias, esperanzas, y desde luego, la fe y la utopía con el sueño y el canto: 

Me pierdo ante mí misma
 en el subsuelo de mi aliento
Confusamente mi alma
recorre los dolores de esta voz
Y sigo errando entre
sílabas abandonadas
 que entierran y destierran mis pasos
Fuera de mí
me pienso gravitando
 las Palabras inconclusas
intentando soportarme
me convierto en aire
Me alejo de mí misma
entre estas páginas
que reposan en mi frente
ante el asalto del tiempo
Hoy solo soy sombras de mi patio
deambulando entre preces
que desdicen

Pasión en tinta
vislumbra los tormentos e
incertidumbre de mi boca
(Semejanza de lo eterno, pp. 27-28)

   En “Torres de viento” la poeta parece levitar en sus vivencias con aliento insumiso. Leí el poemario de Karina Rieke en compañía de los sortilegios de Händel, armonía que conecta a lo divino mismo. Hubo un momento en que no supe cuál de los dos textos -el musical o el poético- me deslumbraban con su hechizo insonoro al experimentar la más callada de las emociones ante el fulgor de preludios infinitos. Solo sé que la noche era profunda y los efluvios, hondos y misteriosos.
   Para las grandes vivencias no hacen falta grandes palabras. Una expresión fluida y sencilla también encauza la verdad que edifica o la belleza que eleva. Así lo siente Karina, al decir:

Sigo aquí inquieta
detrás del murmullo
que se eximirá sobre el papel
Retorno detrás de un soplo
 edificado
 del lenguaje sin entender
Oídos dentro de mí
anuncian caminos magnéticos
Palabras insustanciales
descarnan la dominación
de pedregales inicuos
Me quedo sola
sosteniendo grandes torres de viento
y solo un dolor porfiado
disturba el placer solitario de mis manos
(Semejanza de lo eterno, pp. 29-30)

   Lo mismo en el silencio de los bosques, que en el dintorno de nuestra intimidad, hay un tropel de voces atropellándose en la sombra. Aguardan la palabra que interprete su mensaje de siglos.
   La intuición, mediante la cual se manifiesta la voz interior, nos conecta con la sabiduría espiritual del Universo, que es lo mismo que decir, con la memoria cósmica de que hablaba Heráclito de Éfeso o el Inconsciente Colectivo del que habló Carl Jung. En “Espacio silenciado”, la emisora de estos versos advierte que deletrea la memoria de una voz cuyo sentido no capta la verdad profunda que su contenido porta:

Mi voz
habla con mi voz
deletreando memorias
que se evaporan en verdades
reflejos que nos miran
Entretejidos del ser
disponen un murmullo seco
 quieto simétrico
Cerrado a mis oídos
Por eso hablo con mi voz
Porque no escucha
(Semejanza de lo eterno, p. 31)

   Mirador del Cerro, Largo de Händel y lirios en el alba. Bajo la llama del verbo todo fluye bajo el anhelo irredento. En silencio, gladiolos y rosas al acecho, casi luz. Un fluyente ramillete de lumbre cabe el lirio. Karina lo dice a su modo y velamen: “Mi voz/ habla con mi voz/ porque ya es de ella”. Luego, en “Semejanza de lo Eterno”, consigna: “Tu lengua angelical/ no toca mi cielo”. Porque es fulgurante el destello y hondo el sentido. Contemplando el flechazo de la luz, se apura el silencio.
   Mientras escribo, llueve a raudales en este verano atípico. De pequeño, me extasiaba mirando la lluvia sobre el contén y la flor en que las gotas mutaban. Años después escucharía a Dionisio López Cabral decir a su aire consentido: “El enigma de la lluvia es morir para ser flor”. Cuando se evoca el pasado, se rememora lo que fue o lo que pudo haber sido y no fue. Lo que aconteció, vive latente en el ámbito de la realidad interior. Dice Juan Miguel Domínguez que hay también una añoranza de futuro, en la que se pierde lo que es (5), ya que obviamos lo que sucede en el presente. Karina Rieke evoca sus juegos de niña para pergeñar el poema a su modo lírico y simbólico:

Tu risa como a un desespero
arrojé a mi alma
Tu lengua angelical
no toca mi cielo
 y solo basta tu sueño
entre mis voces traicionadas

Espacios vacíos resguardados
perdidos entre ritos
juegos silenciados de niña expropiada
Este rostro que finjo
me lo dice todo
Mis huesos han escrito con su burla
vergüenza reclamada
culpa que mastica el regreso
Mis dedos comparten la profanación
de mis heridas simuladas
Soy la historia de tu lengua deslenguada
Hoy solo me urge el asombro
de mi pena que emerge de mis huecos
(Semejanza de lo eterno, pp. 33-34)

   En “Pliegue del presente” la poeta alcanza, mediante el dramatismo de su vivencia estética y el erotismo de su numen lírico, la cumbre de un alto vuelo. La autora de estos versos entrañables asocia su vida y su historia a la voz que la reclama desde la hondura del tiempo. El ser humano se mueve entre el miedo que lo atenaza y la certeza del sueño que fragua su delirio. Dentro de su dintorno, otea su propio laberinto y ausculta lo que subyace en su conciencia. No solo la piel refleja el impacto del tiempo en la materia. También el alma da señales contundentes. Cuando se vive la esencia de lo contemplado, las cosas siempre dicen o sugieren. Al visualizar el sentido de lo viviente, los poetas saben ‘escuchar’. Karina Rieke parece fraguar el poema con el oído. La realidad de las cosas enseña a “hablar en lenguas”, como le acontece al poeta que usa el lenguaje del misterio. “La voz y sus zozobras/ que al final no dicen nada”, es una manera de reprocharle al enigma su hondura intangible:

Soy mil derrotas en mi piel
 que ya no siento
Los trazos que cubren
 a mis huesos sus espacios
Soy esa voz sensata del recuerdo
que olvida el misterio del tiempo
y sus fracasos
Soy tu derrota pliegue del presente
posición de la noche abochornada
pesadilla y espanto que se mueven
en la castrada pasión cuando se acaba

Soy el derrumbe de tu risa que agoniza
en el desorden de tus muecas solitarias
Soy el azote de tu piel cuando codicia
la frialdad cancerosa en la mirada
Soy la derrota de mi cuerpo inexistente
en la obsesión mentira misma del deseo
Trozos de miedo son mis huesos que se pierden
en el rincón del pensamiento que no vuelve
Cicatriz en el poema son mis senos
que soñaron ser amor y no son nada
La voz y sus zozobras
Que al final no dicen nada
(Semejanza de lo eterno, pp. 35-36)

   Y sigue la poeta martillando el silencio que tanto le seduce. En el silencio halla Karina su mejor aliado. En silencio recupera lo que el otro le ha quitado. Y comprueba que la infancia conserva reminiscencias de lo que parecía perimido. Porque lo mismo en las vivencias, que en la materia concreta, nada se pierde. Su huella subsiste y aflora cuando menos se espera. Lo que impactó la porosa sensibilidad en la infancia, reitera su impronta mediante el inconsciente. El valor de una etapa fundacional de la existencia proviene de la significación que prohíja en la memoria. No especulo si digo que Karina Rieke retoma su infancia para articular el poema con la intención de exorcizar la huella irredenta a través de la palabra que horada el silencio. “Poema en fuga” así lo atestigua sin ambages:

El poema se empeña en seducir mi silencio
Improvisa crónicas quiméricas
y rasguea reminiscencias de nuestra infancia
afán estoico por hacernos semejantes
El poema soy yo inmutable
El poema solo es el conmigo
andrógino ser de confusiones
que certifica, decreta y aprueba mi ser
(Semejanza de lo eterno, p. 40)

   La poeta dominicana radicada en New York acude a imágenes apocalípticas con las que exorciza los fantasmas que la asedian. Traumas de la infancia que todo poeta experimenta y que por mediación de la palabra refluye su memoria en el poema. Pedro Laín Entralgo, en La curación por la palabra (6), enseñó que el uso de determinados vocablos, como el foro en el teatro griego, produce una catarsis de las emociones al canalizar el desahogo de lo que oprime la sensibilidad profunda. Karina vierte en lenguaje simbólico el peso de unas vivencias dolorosas y traumáticas, “bestias ocultas” dice ella, encuclilladas  en un rincón de la inconsciencia. En “Aleteo inesperado” escribe: “A quién le toca ahora romperme lo que queda/ partir en mis pedazos mis huesitos/ amordazar mis intestinos/ idiotizar todo sentido”. Y en “Sinfonía execrable” testimonia ese intento de expurgación mediante la logoterapia de lo que subyace en la memoria con sus tentáculos de miedo. Son pájaros insomnes que torturan sin escrúpulos. Cuando se libera la mente, se siente una querencia en su frescura. Liberada de los demonios turbadores, el corazón experimenta el sosiego consentido. La paz interior es un remedo del Paraíso añorado:

Escorpiones con rostro de mujer
te gestionaban las palabras
y en un grito de trompetas pronunciaste
maldiciones insensatas
La maldad se trasladó a tu boca
violaste la lengua
 desencadenando tus bestias
Las mismas que en la historia
cabalgaban amarradas a tu conciencia
(Semejanza de lo eterno, p. 41)

   La creadora de estas estrofas oye las dos voces que según Juan Miguel Domínguez escuchan los poetas: la íntima, que proviene de su propio interior y la éxtima, proveniente de la misteriosa cantera del infinito. De ambas busca el contenido con el continente apropiado para dar con su sentido profundo. La hondura metafísica de sus vivencias suple la inelegancia de algunos versos que su connotación profunda repara.
   Nuestra poeta percibe lo peculiar y lo diferente de ambas voces y, en ambas, también lo que las hace semejante. Semejanza de lo Eterno es un apropiado título para dar cuenta de la confluencia de voces y sentidos en el albur de la palabra poética. En “Confín del tiempo”, nuestra poeta da a conocer la voz de ambas laderas que la atormenta y desarticula, aunque con ella reconstruye la sustancia del poema:


Me molesta el viento indigno
el invisible rostro de caricias
que añeja el semblante
de mi alma
que resguardaba en el espejo
indescifrable de los años
Me molesta el viento
me aturde su burla retadora
la consistencia de su voz
y el paladar desafinado
como grito de trompetas
Me molesta el viento
y la enloquecedora energía
 de sus movimientos
que ponen en riesgo mi equilibrio
Pericia de su ser que me estrella
desafiando mis pasos
Me molesta el viento
que endurece mi cara
y deja perpleja mi sonrisa
protagonista de perniciosos episodios
violentos agasajos que atropellan
y humillan mi existencia
(Semejanza de lo eterno, pp. 43-44)

   La poeta termina el poemario con “Epifanía del tiempo”, en el que reitera la otra presencia que la habita con el susurro de “anfibias voces” susurrantes del sonido insonoro de lo eterno, que escucha con tanta intensidad hasta el punto de ´ver´ a su través el asomo de una “imagen silente”, una manera de decir que al ‘escuchar’ el silencio y la soledad, ‘oye’ la voz del ser, la voz de lo Alto,  “proyección/presencia de sí misma”:

Hay un segundo ser que nos habita
ser sin rostro
huesos anónimos
Imagen silente
proyección
presencia de mí misma
Hálito de anfibias voces
nos alejan
nos malgastamos
en fragmentos y te pierdo
y nos perdemos
(Semejanza de lo eterno, p. 53)

   Tres rasgos perfilan la creación de esta agraciada poeta dominicana:
1.    La percepción de la voz susurrante del Cosmos, que se revela como amanuense de efluvios y señales provenientes de la cantera infinita.
2.    La expresión de imágenes arquetípicas mediante el concurso del Protoidioma de la poesía, que confirma su genuina vocación poética.
3.    La recreación de las vivencias personales de la infancia, que asume y proyecta como sustancia de una huella irredenta y como catarsis de una antigua memoria que la nombra.
   Desde luego, es importante consignar que la forma escueta, simple y directa como Karina Rieke expresa el contenido de sus poemas indica que puede profundizar en sus vivencias entrañables hasta sintonizar el sentido profundo con su correspondiente transformación en actitudes y actuaciones (7). Al sentir las voces que Karina Rieke escucha, debe afinar el oído interior mediante el concurso de la soledad, el silencio y la contemplación para percibir los mensajes que las susodichas voces portan, como supieron hacer con sus entrañables audiciones autores de la talla de Friedriech Hölderlin, Alfonsina Storni y Manuel Rueda, entre otros reconocidos creadores de las letras universales.
   En fin, estamos ante la obra de una autora que asume la voz cósmica como signo y sustancia de un decir que la redime y eleva.

Bruno Rosario Candelier
Ateneo Insular Internacional
Moca, República Dominicana, 6 de julio de 2010.

Notas:
1.     Fredo Arias de la Canal, De la Filosofía al Protoidioma, México, Frente de Afirmación Hispanista, 2005, p. XIII.
2.     Fredo Arias de la Canal, Antología de la Poesía Cósmica Chilena, México, Frente de Afirmación Hispanista, 2004, pp. VII-VIII.
3.     Fredo Arias de la Canal, Antología de la Poesía Cósmica Chilena, p. IX.
4.     Fredo Arias de la Canal, Antología de la Poesía Cósmica Chilena, p. XII.
5.     Juan Miguel Domínguez, Diarios (1990-2004), Inédito, copia mecanográfica, margen, p. 3.
6.     Pedro Laín Entralgo, La curación por la palabra, Madrid, Revista de Occidente, 1958, pp. 21ss.
7.     Quiero encomiar el hermoso prólogo firmado por Alejandro Santana, ya que revela hondura en el concepto y claridad en la expresión.

La Seductora Melancolía en Mitología del Instante



La Seductora Melancolía
en Mitología del Instante
Por José Acosta 
 “Un lugar cerca de mi ombligo nos aguarda”.
Este verso, del poemario Mitología del instante
de la poeta dominicana Karina Rieke, cargado de
sensualidad, nos lleva a la pregunta: 
¿A quiénes aguarda ese lugar situado cerca de su ombligo? A lo largo del texto descubrimos que esos dos seres cuyo
punto de encuentro es, claramente, la intimidad
femenina, son una misma persona: una mujer. 

Es el ente poético contemplando su doble en el espejo, es
Narciso contemplando su imagen en las aguas de la
fuente, la rara melancolía del que descubre su propio
yo a través de los senderos del erotismo. 
 ¿Qué sucede cuando este encuentro se
produce? Los versos de Rieke dan la clave: “Durante
un instante, todo se detiene/ Todo se armoniza bajo
un orden”. 
Y más adelante, la poeta, ante su reflejo,
dice: “Doblemente en los espejos/ Veo mis sueños/
Contemplo fijamente/ Las cuerdas de hielo/ Que
nos atan”. Y como imantada por su propia imagen,
señala: “Se arriesgan en lo desconocido/ Sin entender
el extremo de un abrazo/ Apreciando la seducción/
De su propia muerte”. 
 Y estos seres, cegados por la pasión erótica,
se desconocen el uno al otro, se atribuyen destinos
opuestos, y acaso esto es lo que los hacer unirse,
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amarse: “ Y aún/ No se distinguen entre sí/ No se
aciertan ni al final de su historia/ Y desaparecen con
el escalofrío de la muerte/ Ante el golpe final de lo
extraño”. 
 La carga de melancolía ante este “golpe final
de lo extraño”, ese lirismo manchado por la fatalidad,
se intensifica en el poema “Quiéreme grande”,
donde la poeta dice: “Para aguantar la caída/ En
lo desconocido/ En el instante donde el mundo/
Encarcela mi voz/ En el círculo infinito/ De mis
particularidades”.
 Y esa caída, que es en verdad una
entrega, le provoca “una oscura noción de culpa”, lo
que la lleva a decirle a su alter ego, a aquél que la mira
en el espejo: “No te preocupes hoy/ Por el mañana/
Que otros serán/ Mis temores”. 
 Y entonces se produce la soñada entrega. Los
dos seres se aúnan, se poseen, se atan: “Acariciándote
desconocida/ Descubro/ Tus otras estaciones (...)/
Dame tu espalda/ Para negarte y negarme (...)/ Mujer
que sujetando tu nombre/ Soy tu gozo/ Déjame
acariciar tus bestias”. 
 ¿A quién acaricia la poeta? Petrificada ante su
forma en el espejo, de repente se da cuenta que está
sola, que es ella misma la recipiente de su ternura,
entonces dice: “Enroscada abrazo mi cintura”.
 Y  el acto continúa, más sensual todavía, más denso:
“perfectamente entran/ Donde acontecen/ Mis ganas
(...)/ Se posicionan/ Delineando suaves/ Mis tejidos/
Que danzan/ En su propio sumo (...)/ Haciendo de
mi cuerpo un/ Nudo de harapienta hermosura”. 
 El clímax continúa, pero con el reconocimiento
del fin, que es el reconocimiento de las finas cuerdas
que atan a los seres que danzan en aquel escenario:
“Contemplo fijamente/ Las cuerdas de hielo/ Que
nos atan (...)/ Y solo a veces/ Nos quedamos quietos/
Extrañando/ Volver hacia esos muros/ Pulidos/
Que se expanden como ideas/ De un extraño
murmullo”.
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 El ente poético, terminada la danza, como un
lamento, le dice a su pareja: “Tu rostro se borra/ En
el pasillo oscuro de/ Esta historia”. Y en otro poema:
“Aventuro tras el curso/ Infinito del silencio/ Mi
árbol anula su verdor/ Para medir el fondo de mi
Jose Acosta
tendida/ Transparencia”. 

 Poemario de un lirismo hermoso y seductor,
repleto de imágenes frescas y bien logradas, que
logra combinar el lado erótico y melancólico del ser
humano, en unos poemas escritos con una pasión
valiente y conmovedora. 

El escenario está iluminado,
ellas entran, se miran; esperemos que muerdan la
manzana para que empiece la eternidad.