La Voz Cosmica
Por
Bruno Rosario Candelier
A
Rosemary Pérez Prandy,
Que disfruta las portentosas
señales del Misterio.
“El poema teje en mis ojos su mirada
travesía
óptica que retoma forma memoria
en
su transfigurada obsesión al poseerme”.
(Karina Rieke, “Poema en
fuga”)
Las musas tienen su peculiar manera
de elegir a quienes fungen como intermediarias entre los efluvios
sobrenaturales y los seres humanos para canalizar voces y señales de la memoria
cósmica. También en literatura se aplica la sentencia bíblica de que muchos son
los llamados y pocos los escogidos. A pesar de que potencialmente todos estamos
dotados del don de la creación en alguna vertiente de las artes y las ciencias,
unos pocos plasman el poder de la creatividad.
Con Karina Rieke cobra aliento y
esplendor la creación poética de la mujer en la diáspora dominicana establecida
en New York. Cultora y promotora de arte, la pintora y poeta dominicana (Santo
Domingo, 1971) integra el Grupo de Metapoesía que dirige el psicoanalista,
poeta y orientador cultural Jorge Piña en la gran urbe americana.
En el poemario Semejanza de lo Eterno (Santo Domingo,
Editora Búho, 2003), Karina Rieke asume la voz que la apela desde lo profundo y
esa apelación es determinante por la fuerza que la sostiene. Ella ha sido
elegida por una voz honda, secreta y misteriosa que su lírica expresa, a la que
suma el mundo interior de sus vivencias con aliento estético, erótico y
simbólico.
Quien sabe escuchar, puede
reproducir la sustancia sonora del mensaje. Desde luego, hay que tener
desarrollada la sensibilidad trascendente para captar la voz profunda de las
cosas. La que escucha Karina Rieke no es la común y corriente, sino la voz del
arcano, la voz universal de la memoria cósmica. Hay seres escogidos para
canalizar la voz profunda del misterio o del más allá. La poeta escucha esa voz
secreta y misteriosa que conforma la sustancia de su poesía.
“Intuir” e “inteligir” vienen del
latín intus legere, que significa
´leer dentro´. Así como podemos ´leer dentro de las cosas´, esto es, entender
lo que la realidad sugiere, también podemos ´escuchar´ lo que la realidad
susurra a través de sus efluvios trascendentes. Hay dos maneras de escuchar. La
primera, la que pone el oído físico a oír voces (“oigo voces”, dicen los que
atinan a captar las señales audibles); la segunda, la que pone el oído interior
a escuchar los mensajes de la revelación, que usa al poeta como amanuense de
verdades profundas o verdades reveladas. Parece que Karina Rieke sabe escuchar
el latido de ambas voces desde el hondón de su sensibilidad.
La poeta dominicana siente que otra
voz, diferente de la suya, la apela desde otra ladera. Ella se percibe
impregnada del aliento superior cuyo reclamo la domina. La persona lírica que
la habita se dispone a “pensar su lengua” y ya dijo Platón que los poetas oyen
una voz diferente de la propia, una voz que les reclama, que es la voz
proveniente de lo Eterno.
En Semejanza de lo Eterno, Karina Rieke afirma su existencia mediante
la voz que canaliza a través de la palabra. Esa apelación que la nombra se vale
de su poesía en cuya expresión fluye un eco del arcano. No es casual que Karina
Rieke escuche una voz, ni es fortuito el hecho de que experimente la necesidad
de canalizarla en su creación poética.
Fredo Arias de la Canal, que
intuyó la existencia del Protoidioma en los poetas, asegura que se trata de un
lenguaje sin equívocos, prejuicios o falsedades. En su libro De la Filosofía al Protoidioma escribió:
El psicoanálisis ha demostrado a través
del descubrimiento de los arquetipos orales que conforman el Protoidioma de la
humanidad, que la conciencia inconsciente en realidad es una conciencia
inconsciente colectiva, haciendo también de la observación individual una
observación colectiva, sin la cual no se puede comprehender la influencia que
ejercen las conciencias sobre la materia en la teoría de la mecánica quántica (1).
El reputado crítico y teórico
mexicano, en su obra Antología de la
poesía cósmica chilena, reproduce un planteamiento de José Ortega y Gasset,
tomado de La deshumanización del arte:
“El yo de cada poeta es un nuevo diccionario, un nuevo idioma al través del
cual llegan a nosotros objetos, como el ciprés-llama, de quien no teníamos
noticia. En el mundo real podemos tener las cosas antes que las palabras en que
nos son aludidas, podemos verlas o tocarlas antes de saber sus nombres. En el
orbe estético es el estilo, a la vez, palabra y mano y pupila: solo en él y por
él venimos a noticia de ciertas nuevas criaturas. Lo que un estilo dice no lo
puede decir otro. Y hay estilos que son de léxico muy rico y pueden arrancar de
la cantera misteriosa innumerables secretos. Y hay estilos que solo poseen tres
o cuatro vocablos, pero merced a ellos llega a nosotros un rincón de belleza
que, de otra suerte, quedaría nonato. Cada poeta verdadero, cuantioso o exiguo,
es, por tal razón, insustituible. Un científico es superado por otro que le
sigue: un poeta es siempre literalmente insuperable” (2).
Para el desarrollo de su teoría
del Protoidioma, el psicoanalista literario acude a Carl Jung cuando señala el
lenguaje de los procesos inconscientes que se ubican en las raíces de las
imágenes primordiales:
El impacto de un arquetipo, ya
sea que tome la forma de una experiencia inmediata o sea expresado a través de
la palabra hablada, nos sobrecoge porque hace surgir una voz que es más fuerte
que la propia. Quien quiera que hable con imágenes primordiales habla con mil
voces; encanta y subyuga mientras al mismo tiempo eleva la idea que busca para
expresarse de lo ocasional y transitorio hacia el reino de lo eterno. Además
transforma nuestro destino personal en el destino de la humanidad (3).
Fredo Arias subraya el fondo de
su intuición estética cuando consigna:
Ahora, si bien es cierto que Jung
descubrió el paralelismo entre las manifestaciones mórbidas del inconsciente
esquizofrénico con las del folklor, mitología y religión, el que esto escribe
descubrió el significado oral-traumático de las manifestaciones esquizoides de
los poetas, con las cuales se puede descifrar el significado del lenguaje
inconsciente o del Protoidioma de la humanidad, por lo cual se hace inteligible
por primera vez en la historia el significado del folklor, mitología y
religión, así como también de la conducta criminal y de los fenómenos oníricos
y desde luego estéticos (4).
Una voz “más fuerte que la
propia” seduce y cautiva a Karina Rieke. El poema que da inicio a Semejanza de lo Eterno revela que su
autora canaliza en su obra una antigua memoria procedente de una voz cósmica,
la voz de una lengua genuina y prístina, la del Protoidioma, “conciencia
repleta de innombrables palabras” que la hace un “ser de migajas”:
Soy
ese ser de migajas
que
reverdece
camino
indecible a lo infinito
Canto
de memorias muertas
es mi voz
Boca
de entorpecida palidez
paladar
que revela lo falso de esta lengua
Cuerpo
lacerado solo por mis manos
sumo
de monturas haciéndose y rehaciéndose
en
tradiciones simuladas
Siluetas
almacenadas de un cadáver silenciado
por
la espera
Existencia
desplazada por la tarde
Mujer
extraída del viento
concepción
absurda de la noche
que
bebe las horas de su angustiante entrega
Diosa
nombrada en venganza
resguarda
ante la búsqueda vertiginosa
de
la insostenible historia que persigue
Hembra
de avenidas estrechas
por
donde deambula la vida
enflaquecida
navaja de suicida
que
insiste en morir todas sus muertes
Mujer
gnosis de los magos
conciencia
repleta
de
innombrables palabras
ideas
impasibles de un lánguido discurrir
exhalando
páginas monótonas sin latidos
sencillamente
escasas de verdades
(Semejanza de lo eterno, pp. 17-18)
Hay hechos y fenómenos que
concitan el don de la escucha, una de las artes del lenguaje. Hay susurros que
despiertan la escucha y el alma se anonada. Quien sabe escuchar, sabe valorar
al hablante, el silencio y la palabra. Acontece que, a veces, mientras escuchamos,
hallamos lo que buscamos.
El ser que aguarda, también oye y
escucha. Podemos oír: 1. La voz del yo profundo. 2. La voz del hablante con su
sentido profundo. 3. La voz del ser en su dimensión esencial. 4. La voz
profunda de la revelación trascendente.
En la contemplación y el
silencio, habla la voz del ser y la voz de lo Alto. Quien sabe auscultarse a sí
mismo, oye trinos de hermosura indecible. Y escucha voces con verdades que el
interior conserva. Toda la sabiduría subyace en nosotros como una huella genética
y numénica de la memoria cósmica y el inconsciente colectivo.
En “Diálogo reflexivo del
silencio”, Karina Rieke experimenta el eco del silencio que habla, por el cual
percibe “voces inquietas”:
Ángeles
rebeldes azotan
mi muerte ya ofrecida
Un
silencio entredicho
quebranta
el equilibrio
inusitado
de mi vida
Reitero
mi soledad
invirtiendo
los valores
pronunciando
mi ser irreflexivo
Voces
inquietas
siguen
resonando en mí
Zozobras
de tiempo
suavemente
en mi espacio se arrinconan
Risas
inciertas que me anuncian
la
misteriosa angustia de estar viva
(Semejanza de lo eterno, pp. 19-20)
La inspiración es el soplo
insonoro de un aliento divino que el lenguaje amamanta en sus vocablos. Si el
poeta no se adentra en el silencio, no puede captar la señal que lo redime.
Karina así lo siente en “Espacios de tiempo”:
Tu
pregunta es
enjambre
de dioses sin cuerpo
arrastrados
entre sí
Integridad
dilapidada
espacios
del tiempo divagante
Mi
respuesta es sí porque soy
insistencia
del viento
disipación
de ramajes verbosos
respiración
del poema
Crepitación
memoria
de seres que se aman
(Semejanza de lo eterno, p. 22)
Desde luego, aunque Karina
escuche una voz, tiene aún que afinar el oído interior para percibir el mensaje
profundo que esa voz interior entraña y poder experimentar la transformación
que la experiencia de lo trascendente conlleva. No basta que sea herida por la
forma. Ha de llegar al fondo. La verdadera palabra es la que atrapa el sentido
del silencio, la voz silente del Cosmos, la onda insonora de lo viviente. En
“Más allá”, Karina sabe que el silencio corteja un caudal de voces extrañas a
la espera del nombre exacto de las cosas:
Más
allá me siento
entre falsos razonamientos
Voluntad
amarrada
Fatalismo
propio de los débiles
Cuerpo
intenso
dominio de
lo
que se adivina
cuando
lo vivido sea silenciado
Libertad
el motivo
habitándome
Voces
anfibias renacen
entre
mis ecos
Desprendida
lengua de vidrio molido
me
nombran
Juicios
sintéticos paren mi futuro
Y
aún zonas distraídas
beben
las descargas de mis ruinas
(Semejanza de lo eterno, pp. 23-24)
Dije que esas voces aguardan “el
nombre exacto de las cosas”, que fue el mandato que recibió Adán al habitar el
Paraíso. Expulsado del Jardín del Edén, el hombre tuvo que inventar metáforas
para nombrar las cosas ya que había empañado, con la pérdida de la mirada
prístina, la memoria de lo que fragua el sentido primordial de lo existente.
Entonces los poetas inventaron el lenguaje de la poesía para instaurar, en el
seno de la realidad estética, la voz y la forma que recrea el sentido
primordial de lo viviente.
El genuino poeta no es el que usa
un lenguaje original, ya que la poesía comporta su propio lenguaje. Poeta es
aquel que emplea el lenguaje originario de las imágenes arquetípicas. Con el
Protoidioma descubre lo que es irrepetible en el poema. Por eso el lenguaje
poético transparenta la voz del arcano, que se repite en cada auténtico poeta.
Las palabras primordiales eligen al poeta como amanuense del Espíritu o interlocutor
del más allá. Y en su poema fluye la voz de la memoria universal. Más que
aliento, el poema es forma que informa el contenido indecible de la voz que
habla por su verbo. En “Tiempo en espera”, Rieke experimenta contorsiones por
la apelación de voces que reclaman su atención como intermediaria del más allá:
Palabras
extrañas
calman
esta espera
Dolorosos
movimientos
irrumpen
mi cuerpo
Y
me pierdo
ante una sucesión obligada por definir
Oscuridad
abstracta
reposan
sobre estas páginas
Sombras
geográficas
se
atenúan retornándome
Y
aun mis palabras
se
pierden ante un reflejo
casi
incomprensible de voces
que me nombran sin decir nada
en este tiempo en espera
(Semejanza de lo eterno, pp. 25-26)
Hay que imaginar el impacto que
sacudió la sensibilidad de Karina Rieke cuando sintió la necesidad de escribir
“Subsuelo de mi aliento”. En efecto, un aliento trascendente parece haber
convocado su ser entero, en cuerpo y alma, hasta estremecerla en sus cimientos.
Se trata de una onda preñada de dolor, de angustia, de misterio. De alguna
manera también refleja las manifestaciones metafísicas del alma humana, del
alma de los artistas y poetas, del alma de iluminados y contemplativos. Entre
esas manifestaciones sobresalen junto al amor y el dolor, fruiciones,
reflexiones, dudas, angustias, nostalgias, esperanzas, y desde luego, la fe y
la utopía con el sueño y el canto:
Me
pierdo ante mí misma
en el subsuelo de mi aliento
Confusamente
mi alma
recorre
los dolores de esta voz
Y
sigo errando entre
sílabas
abandonadas
que entierran y destierran mis pasos
Fuera
de mí
me
pienso gravitando
las Palabras inconclusas
intentando
soportarme
me
convierto en aire
Me
alejo de mí misma
entre
estas páginas
que
reposan en mi frente
ante
el asalto del tiempo
Hoy
solo soy sombras de mi patio
deambulando
entre preces
que
desdicen
Pasión
en tinta
vislumbra
los tormentos e
incertidumbre
de mi boca
(Semejanza de lo eterno, pp. 27-28)
En “Torres de viento” la poeta
parece levitar en sus vivencias con aliento insumiso. Leí el poemario de Karina
Rieke en compañía de los sortilegios de Händel, armonía que conecta a lo divino
mismo. Hubo un momento en que no supe cuál de los dos textos -el musical o el
poético- me deslumbraban con su hechizo insonoro al experimentar la más callada
de las emociones ante el fulgor de preludios infinitos. Solo sé que la noche
era profunda y los efluvios, hondos y misteriosos.
Para las grandes vivencias no hacen falta grandes palabras.
Una expresión fluida y sencilla también encauza la verdad que edifica o la
belleza que eleva. Así lo siente Karina, al decir:
Sigo
aquí inquieta
detrás
del murmullo
que
se eximirá sobre el papel
Retorno
detrás de un soplo
edificado
del lenguaje sin entender
Oídos
dentro de mí
anuncian
caminos magnéticos
Palabras
insustanciales
descarnan
la dominación
de
pedregales inicuos
Me
quedo sola
sosteniendo
grandes torres de viento
y
solo un dolor porfiado
disturba
el placer solitario de mis manos
(Semejanza de lo eterno, pp. 29-30)
Lo mismo en el silencio de los
bosques, que en el dintorno de nuestra intimidad, hay un tropel de voces
atropellándose en la sombra. Aguardan la palabra que interprete su mensaje de
siglos.
La intuición, mediante la cual se
manifiesta la voz interior, nos conecta con la sabiduría espiritual del Universo,
que es lo mismo que decir, con la memoria cósmica de que hablaba Heráclito de
Éfeso o el Inconsciente Colectivo del que habló Carl Jung. En “Espacio
silenciado”, la emisora de estos versos advierte que deletrea la memoria de una
voz cuyo sentido no capta la verdad profunda que su contenido porta:
Mi
voz
habla
con mi voz
deletreando
memorias
que
se evaporan en verdades
reflejos
que nos miran
Entretejidos
del ser
disponen
un murmullo seco
quieto simétrico
Cerrado
a mis oídos
Por
eso hablo con mi voz
Porque
no escucha
(Semejanza de lo eterno, p. 31)
Mirador del Cerro, Largo de
Händel y lirios en el alba. Bajo la llama del verbo todo fluye bajo el anhelo
irredento. En silencio, gladiolos y rosas al acecho, casi luz. Un fluyente
ramillete de lumbre cabe el lirio. Karina lo dice a su modo y velamen: “Mi voz/
habla con mi voz/ porque ya es de ella”. Luego, en “Semejanza de lo Eterno”,
consigna: “Tu lengua angelical/ no toca mi cielo”. Porque es fulgurante el
destello y hondo el sentido. Contemplando el flechazo de la luz, se apura el
silencio.
Mientras escribo, llueve a
raudales en este verano atípico. De pequeño, me extasiaba mirando la lluvia
sobre el contén y la flor en que las gotas mutaban. Años después escucharía a
Dionisio López Cabral decir a su aire consentido: “El enigma de la lluvia es
morir para ser flor”. Cuando se evoca el pasado, se rememora lo que fue o lo
que pudo haber sido y no fue. Lo que aconteció, vive latente en el ámbito de la
realidad interior. Dice Juan Miguel Domínguez que hay también una añoranza de
futuro, en la que se pierde lo que es (5), ya que obviamos lo que sucede en el
presente. Karina Rieke evoca sus juegos de niña para pergeñar el poema a su
modo lírico y simbólico:
Tu
risa como a un desespero
arrojé
a mi alma
Tu
lengua angelical
no
toca mi cielo
y solo basta tu sueño
entre
mis voces traicionadas
Espacios
vacíos resguardados
perdidos
entre ritos
juegos
silenciados de niña expropiada
Este
rostro que finjo
me
lo dice todo
Mis
huesos han escrito con su burla
vergüenza
reclamada
culpa
que mastica el regreso
Mis
dedos comparten la profanación
de
mis heridas simuladas
Soy
la historia de tu lengua deslenguada
Hoy
solo me urge el asombro
de
mi pena que emerge de mis huecos
(Semejanza de lo eterno, pp. 33-34)
En “Pliegue del presente” la
poeta alcanza, mediante el dramatismo de su vivencia estética y el erotismo de
su numen lírico, la cumbre de un alto vuelo. La autora de estos versos
entrañables asocia su vida y su historia a la voz que la reclama desde la
hondura del tiempo. El ser humano se mueve entre el miedo que lo atenaza y la
certeza del sueño que fragua su delirio. Dentro de su dintorno, otea su propio
laberinto y ausculta lo que subyace en su conciencia. No solo la piel refleja
el impacto del tiempo en la materia. También el alma da señales contundentes.
Cuando se vive la esencia de lo contemplado, las cosas siempre dicen o
sugieren. Al visualizar el sentido de lo viviente, los poetas saben ‘escuchar’.
Karina Rieke parece fraguar el poema con el oído. La realidad de las cosas
enseña a “hablar en lenguas”, como le acontece al poeta que usa el lenguaje del
misterio. “La voz y sus zozobras/ que al final no dicen nada”, es una manera de
reprocharle al enigma su hondura intangible:
Soy
mil derrotas en mi piel
que ya no siento
Los
trazos que cubren
a mis huesos sus espacios
Soy
esa voz sensata del recuerdo
que
olvida el misterio del tiempo
y
sus fracasos
Soy
tu derrota pliegue del presente
posición
de la noche abochornada
pesadilla
y espanto que se mueven
en
la castrada pasión cuando se acaba
Soy
el derrumbe de tu risa que agoniza
en
el desorden de tus muecas solitarias
Soy
el azote de tu piel cuando codicia
la
frialdad cancerosa en la mirada
Soy
la derrota de mi cuerpo inexistente
en
la obsesión mentira misma del deseo
Trozos
de miedo son mis huesos que se pierden
en
el rincón del pensamiento que no vuelve
Cicatriz
en el poema son mis senos
que
soñaron ser amor y no son nada
La
voz y sus zozobras
Que
al final no dicen nada
(Semejanza de lo eterno, pp. 35-36)
Y sigue la poeta martillando el
silencio que tanto le seduce. En el silencio halla Karina su mejor aliado. En
silencio recupera lo que el otro le ha quitado. Y comprueba que la infancia
conserva reminiscencias de lo que parecía perimido. Porque lo mismo en las
vivencias, que en la materia concreta, nada se pierde. Su huella subsiste y
aflora cuando menos se espera. Lo que impactó la porosa sensibilidad en la
infancia, reitera su impronta mediante el inconsciente. El valor de una etapa
fundacional de la existencia proviene de la significación que prohíja en la
memoria. No especulo si digo que Karina Rieke retoma su infancia para articular
el poema con la intención de exorcizar la huella irredenta a través de la
palabra que horada el silencio. “Poema en fuga” así lo atestigua sin ambages:
El
poema se empeña en seducir mi silencio
Improvisa
crónicas quiméricas
y
rasguea reminiscencias de nuestra infancia
afán
estoico por hacernos semejantes
El
poema soy yo inmutable
El
poema solo es el conmigo
andrógino
ser de confusiones
que
certifica, decreta y aprueba mi ser
(Semejanza de lo eterno, p. 40)
La poeta dominicana radicada en
New York acude a imágenes apocalípticas con las que exorciza los fantasmas que
la asedian. Traumas de la infancia que todo poeta experimenta y que por
mediación de la palabra refluye su memoria en el poema. Pedro Laín Entralgo, en
La curación por la palabra (6),
enseñó que el uso de determinados vocablos, como el foro en el teatro griego,
produce una catarsis de las emociones al canalizar el desahogo de lo que oprime
la sensibilidad profunda. Karina vierte en lenguaje simbólico el peso de unas
vivencias dolorosas y traumáticas, “bestias ocultas” dice ella, encuclilladas en un rincón de la inconsciencia. En
“Aleteo inesperado” escribe: “A quién le toca ahora romperme lo que queda/
partir en mis pedazos mis huesitos/ amordazar mis intestinos/ idiotizar todo
sentido”. Y en “Sinfonía execrable” testimonia ese intento de expurgación
mediante la logoterapia de lo que subyace en la memoria con sus tentáculos de
miedo. Son pájaros insomnes que torturan sin escrúpulos. Cuando se libera la
mente, se siente una querencia en su frescura. Liberada de los demonios turbadores,
el corazón experimenta el sosiego consentido. La paz interior es un remedo del
Paraíso añorado:
Escorpiones
con rostro de mujer
te
gestionaban las palabras
y
en un grito de trompetas pronunciaste
maldiciones
insensatas
La
maldad se trasladó a tu boca
violaste
la lengua
desencadenando tus bestias
Las
mismas que en la historia
cabalgaban
amarradas a tu conciencia
(Semejanza de lo eterno, p. 41)
La creadora de estas estrofas oye
las dos voces que según Juan Miguel Domínguez escuchan los poetas: la íntima, que proviene de su propio
interior y la éxtima, proveniente de
la misteriosa cantera del infinito. De ambas busca el contenido con el
continente apropiado para dar con su sentido profundo. La hondura metafísica de
sus vivencias suple la inelegancia de algunos versos que su connotación
profunda repara.
Nuestra poeta percibe lo peculiar
y lo diferente de ambas voces y, en ambas, también lo que las hace semejante. Semejanza de lo Eterno es un apropiado
título para dar cuenta de la confluencia de voces y sentidos en el albur de la
palabra poética. En “Confín del tiempo”, nuestra poeta da a conocer la voz de
ambas laderas que la atormenta y desarticula, aunque con ella reconstruye la
sustancia del poema:
Me
molesta el viento indigno
el
invisible rostro de caricias
que
añeja el semblante
de
mi alma
que
resguardaba en el espejo
indescifrable
de los años
Me
molesta el viento
me
aturde su burla retadora
la
consistencia de su voz
y
el paladar desafinado
como
grito de trompetas
Me
molesta el viento
y
la enloquecedora energía
de sus movimientos
que
ponen en riesgo mi equilibrio
Pericia
de su ser que me estrella
desafiando
mis pasos
Me
molesta el viento
que
endurece mi cara
y
deja perpleja mi sonrisa
protagonista
de perniciosos episodios
violentos
agasajos que atropellan
y
humillan mi existencia
(Semejanza de lo eterno, pp. 43-44)
La poeta termina el poemario con
“Epifanía del tiempo”, en el que reitera la otra presencia que la habita con el
susurro de “anfibias voces” susurrantes del sonido insonoro de lo eterno, que
escucha con tanta intensidad hasta el punto de ´ver´ a su través el asomo de
una “imagen silente”, una manera de decir que al ‘escuchar’ el silencio y la
soledad, ‘oye’ la voz del ser, la voz de lo Alto, “proyección/presencia de sí misma”:
Hay
un segundo ser que nos habita
ser
sin rostro
huesos
anónimos
Imagen
silente
proyección
presencia
de mí misma
Hálito
de anfibias voces
nos
alejan
nos
malgastamos
en
fragmentos y te pierdo
y
nos perdemos
(Semejanza de lo eterno, p. 53)
Tres rasgos perfilan la creación
de esta agraciada poeta dominicana:
1.
La percepción de la voz susurrante del Cosmos,
que se revela como amanuense de efluvios y señales provenientes de la cantera
infinita.
2.
La expresión de imágenes arquetípicas mediante
el concurso del Protoidioma de la poesía, que confirma su genuina vocación
poética.
3.
La recreación de las vivencias personales de la
infancia, que asume y proyecta como sustancia de una huella irredenta y como
catarsis de una antigua memoria que la nombra.
Desde luego, es importante
consignar que la forma escueta, simple y directa como Karina Rieke expresa el
contenido de sus poemas indica que puede profundizar en sus vivencias
entrañables hasta sintonizar el sentido profundo con su correspondiente
transformación en actitudes y actuaciones (7). Al sentir las voces que Karina
Rieke escucha, debe afinar el oído interior mediante el concurso de la soledad,
el silencio y la contemplación para percibir los mensajes que las susodichas
voces portan, como supieron hacer con sus entrañables audiciones autores de la
talla de Friedriech Hölderlin, Alfonsina Storni y Manuel Rueda, entre otros
reconocidos creadores de las letras universales.
En fin, estamos ante la obra de
una autora que asume la voz cósmica como signo y sustancia de un decir que la
redime y eleva.
Bruno Rosario Candelier
Ateneo
Insular Internacional
Moca,
República Dominicana, 6 de julio de 2010.
Notas:
1.
Fredo Arias de la Canal, De la Filosofía al Protoidioma, México, Frente de Afirmación Hispanista,
2005, p. XIII.
2.
Fredo Arias de la Canal, Antología de la Poesía Cósmica Chilena, México, Frente de
Afirmación Hispanista, 2004, pp. VII-VIII.
3.
Fredo Arias de la Canal, Antología
de la Poesía Cósmica Chilena, p. IX.
4.
Fredo Arias de la Canal, Antología
de la Poesía Cósmica Chilena, p. XII.
5.
Juan Miguel Domínguez, Diarios (1990-2004), Inédito, copia mecanográfica, margen, p. 3.
6.
Pedro Laín Entralgo, La curación por la palabra, Madrid, Revista de Occidente, 1958, pp.
21ss.
7.
Quiero encomiar el hermoso prólogo firmado por
Alejandro Santana, ya que revela hondura en el concepto y claridad en la
expresión.
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