Tuesday, April 17, 2012

La Seductora Melancolía en Mitología del Instante



La Seductora Melancolía
en Mitología del Instante
Por José Acosta 
 “Un lugar cerca de mi ombligo nos aguarda”.
Este verso, del poemario Mitología del instante
de la poeta dominicana Karina Rieke, cargado de
sensualidad, nos lleva a la pregunta: 
¿A quiénes aguarda ese lugar situado cerca de su ombligo? A lo largo del texto descubrimos que esos dos seres cuyo
punto de encuentro es, claramente, la intimidad
femenina, son una misma persona: una mujer. 

Es el ente poético contemplando su doble en el espejo, es
Narciso contemplando su imagen en las aguas de la
fuente, la rara melancolía del que descubre su propio
yo a través de los senderos del erotismo. 
 ¿Qué sucede cuando este encuentro se
produce? Los versos de Rieke dan la clave: “Durante
un instante, todo se detiene/ Todo se armoniza bajo
un orden”. 
Y más adelante, la poeta, ante su reflejo,
dice: “Doblemente en los espejos/ Veo mis sueños/
Contemplo fijamente/ Las cuerdas de hielo/ Que
nos atan”. Y como imantada por su propia imagen,
señala: “Se arriesgan en lo desconocido/ Sin entender
el extremo de un abrazo/ Apreciando la seducción/
De su propia muerte”. 
 Y estos seres, cegados por la pasión erótica,
se desconocen el uno al otro, se atribuyen destinos
opuestos, y acaso esto es lo que los hacer unirse,
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amarse: “ Y aún/ No se distinguen entre sí/ No se
aciertan ni al final de su historia/ Y desaparecen con
el escalofrío de la muerte/ Ante el golpe final de lo
extraño”. 
 La carga de melancolía ante este “golpe final
de lo extraño”, ese lirismo manchado por la fatalidad,
se intensifica en el poema “Quiéreme grande”,
donde la poeta dice: “Para aguantar la caída/ En
lo desconocido/ En el instante donde el mundo/
Encarcela mi voz/ En el círculo infinito/ De mis
particularidades”.
 Y esa caída, que es en verdad una
entrega, le provoca “una oscura noción de culpa”, lo
que la lleva a decirle a su alter ego, a aquél que la mira
en el espejo: “No te preocupes hoy/ Por el mañana/
Que otros serán/ Mis temores”. 
 Y entonces se produce la soñada entrega. Los
dos seres se aúnan, se poseen, se atan: “Acariciándote
desconocida/ Descubro/ Tus otras estaciones (...)/
Dame tu espalda/ Para negarte y negarme (...)/ Mujer
que sujetando tu nombre/ Soy tu gozo/ Déjame
acariciar tus bestias”. 
 ¿A quién acaricia la poeta? Petrificada ante su
forma en el espejo, de repente se da cuenta que está
sola, que es ella misma la recipiente de su ternura,
entonces dice: “Enroscada abrazo mi cintura”.
 Y  el acto continúa, más sensual todavía, más denso:
“perfectamente entran/ Donde acontecen/ Mis ganas
(...)/ Se posicionan/ Delineando suaves/ Mis tejidos/
Que danzan/ En su propio sumo (...)/ Haciendo de
mi cuerpo un/ Nudo de harapienta hermosura”. 
 El clímax continúa, pero con el reconocimiento
del fin, que es el reconocimiento de las finas cuerdas
que atan a los seres que danzan en aquel escenario:
“Contemplo fijamente/ Las cuerdas de hielo/ Que
nos atan (...)/ Y solo a veces/ Nos quedamos quietos/
Extrañando/ Volver hacia esos muros/ Pulidos/
Que se expanden como ideas/ De un extraño
murmullo”.
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 El ente poético, terminada la danza, como un
lamento, le dice a su pareja: “Tu rostro se borra/ En
el pasillo oscuro de/ Esta historia”. Y en otro poema:
“Aventuro tras el curso/ Infinito del silencio/ Mi
árbol anula su verdor/ Para medir el fondo de mi
Jose Acosta
tendida/ Transparencia”. 

 Poemario de un lirismo hermoso y seductor,
repleto de imágenes frescas y bien logradas, que
logra combinar el lado erótico y melancólico del ser
humano, en unos poemas escritos con una pasión
valiente y conmovedora. 

El escenario está iluminado,
ellas entran, se miran; esperemos que muerdan la
manzana para que empiece la eternidad.

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